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miércoles, 18 de febrero de 2009

Rejuveneciendo en Benidorm

Después de dos semanas, volvemos a tener actividad en el blog. Sabemos que nuestros múltiples seguidores están ávidos de nuevos contenidos, sin embargo la realidad diaria nos ha imposibilitado escribir durante estos últimos días.

Recuerdo que, cuando anunciamos que nos casábamos, todo el mundo me advertía… “ya verás cuando entres en el último mes, no pararás y estrés total”. Bien, en mi caso particular, tengo que decir que está cumpliéndose esa predicción rigurosamente, pero, curiosamente, no debido a la boda, sino a la acumulación de tareas laborales en las que me he visto envuelto el último mes.

Pero bueno, ya he conseguido cerrar la mayoría de temas importantes, y creo que en las dos semanas que quedan podré centrarme un poco más en algunos detalles de nuestro evento que aún tenemos pendientes de resolver.

Esta introducción os ayudará a entender el título de este post. Y es que hace 10 días pasamos el fin de semana en Benidorm, por cortesía de nuestra empresa de organización de bodas Ensueño Bodas, que nos obsequió con una reserva a pensión completa en el Hotel Madeira.

El objetivo era buscar un poco de tranquilidad, desconectar, descansar y “rejuvenecer” un poquito. Y esto lo conseguimos en múltiples sentidos. Por un lado los paseos por las playas de Levante y Poniente, junto a un tremendo homenaje que nos dimos el domingo en el Luxor SPA & Fitness Center, nos devolvió a la vida.

Pero sin duda, lo que más nos ayudó en nuestro proceso de rejuvenecimiento fue el momento en que entramos por primera vez al comedor del hotel. A los pocos instantes de entrar en el salón (y por supuesto después de observar lo que había de comer en el buffet), una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo. De pronto me sentía como si formase parte de la mítica película Cocoon. Levanté la cabeza, miré a mi alrededor y vi que la media de edad estaba en torno a los 70 añitos. Al poco me di cuenta que de Cocoon nada, que allí nadie rejuvenecía. Pero claro, ante tanta acumulación de experiencia vital, me sentí tremendamente joven. Más que en mucho tiempo.

Tan sólo estropeó un poquito el finde una “grata” compañía en la habitación contigua. El subser que la poblaba se dedicaba a jugar con su coche teledirigido por el pasillo del hotel de madrugada, golpeando con él las puertas de todas las habitaciones. El respeto es una cualidad en vías de extinción.

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